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Asma Bint Abu Baker (Parte 2)


Si los incidentes y los aspectos de la vida de Asma mencionados anteriormente pueden ser fáciles de olvidar, entonces su reunión final con su hijo, Abdullah, debe permanecer como uno de los momentos más inolvidables de la historia temprana de los musulmanes. En aquella reunión ella demostró la agudeza de su inteligencia, su resolución y la fortaleza de su fe.
Abdullah estaba en carrera por el califato después de la muerte de Yazid Ibn Muawiah. El Hiyaz, Egipto, Iraq, Jurasan y gran parte de Siria estaban a su favor y lo reconocían como el Califa. Sin embargo, los Umaiads continuaron disputando el califato y pusieron un masivo ejército bajo el comando del Al Hayay Ibn Yusuf Az-Zaqafi. Se pelearon implacables batallas entre ambos bandos, durante las cuales Abdullah Ibn Az-Zubair realizó grandes actos de valentía y heroísmo. Sin embargo, muchos de sus partidarios no pudieron soportar la tensión continua de las batallas y gradualmente comenzaron a abandonarlo. Finalmente él buscó refugio en la Sagrada Mezquita de la Meca. Fue entonces cuando fue donde su madre, quien para ese entonces era una anciana ciega, y le dijo: “La paz sea contigo, madre, y la Misericordia y Bendiciones de Al-lah”. Ella respondió: “Sobre ti sea la paz, Abdullah. ¿Qué es lo que te ha traído aquí a esta hora, mientras que las rocas de las catapultas de Hayay están siendo lanzadas sobre tus solados en el Haram y están sacudiendo las casas de la Meca?”. Él respondió: “He venido a buscar tu consejo”. Ella preguntó asombrada: “¿A buscar mi consejo? ¿Sobre qué?” Él dijo: “La gente me ha abandonado por temor de Hayay o han sido tentados por lo que él les ha ofrecido. Incluso mis hijos y mi familia me han abandonado. Solo hay un pequeño grupo de hombres conmigo ahora, y sin importar cuán fuertes y firmes sean ellos solo podrán resistir una o dos horas más. Mensajeros de Banu Umaiah (los Umaiads) están ahora negociando conmigo, ofreciendo darme las posesiones mundanales que yo quiera para que baje mis armas y jure lealtad a Abdul Malik Ibn Marwan. ¿Qué piensas?”
Levantando su voz ella respondió: “Este es tu asunto, Abdullah, y tú sabes mejor. Si piensas que estás en lo correcto y que te estás levantando por la Verdad, entonces persevera y pelea, así como tus compañeros que fueron asesinados bajo tu bandera mostraron perseverancia. Si deseas el mundo, qué miserable y desdichado eres. Te habrás destruido a ti mismo y habrás destruido a tus hombres”. Él dijo: “Pero seré asesinado en este día, no hay duda de eso”. Ella respondió: “Eso es mejor para ti a que te rindas al Hayay voluntariamente y que algunos vasallos de Banu Umaiah jueguen con tu cabeza”. Él dijo: “No temo a la muerte. Solo temo que me mutilen”. Asma respondió: “No hay nada después de la muerte a lo que el hombre deba temer. Cuando son peladas las ovejas sacrificadas no sienten ningún dolor”. Entonces el rostro de Abdullah brilló y dijo: “¡Qué madre tan bendecida! ¡Benditas sean tus nobles cualidades! He venido a ti a esta hora a escuchar lo que tenía que escuchar. Al-lah Sabe que no me he debilitado ni me he desesperado. Él es Testigo de que no me he levantado por amor a este mundo y sus atracciones, sino solo por la causa de Al-lah. Sus límites han sido transgredidos. Aquí estoy, voy a lo que te complace. Y si soy asesinado, no te aflijas por mí y encomiéndame a Al-lah”. “Me afligiría por ti”, dijo la envejecida pero resuelta Asma, “sólo si fueras asesinado por una causa vana e injusta”. “Ten por seguro que tu hijo no está apoyando una causa injusta ni cometiendo ningún acto detestable ni ha cometido ninguna injusticia contra ningún musulmán ni no musulmán, y que no hay nada mejor a su parecer que la complacencia de Al-lah, el Todopoderoso, el Grande. No digo esto para exonerarme. Al-lah Sabe que he dicho esto solo para que tu corazón esté firme”.
“Las alabanzas sean para Al-lah, Quien ha hecho que actúes de acuerdo con lo que Le complace y con lo que me complace. Acércate a mí, hijo mío, que quiero sentir tu cuerpo ya que esta puede ser la última vez que te esté contigo”.
Abdullah se arrodilló ante ella. Ella lo abrazó, lo besó y acarició su cabeza, su rostro y su cuello. Con sus manos comenzó a revisar su cuerpo cuando de pronto las retiró y preguntó: “¿Qué es lo que estás usando, Abdullah?” Él dijo: “Esta es mi armadura”. Ella contestó: “Esta, hijo mío, no es la vestimenta de alguien que desea el martirio. Quítatela, eso hará que tus movimientos sean más ligeros y rápidos. Usa más bien el sirwal (una ropa interior larga), así, si eres asesinado tu awrah no quedará expuesta”.
Abdullah se quitó su armadura y se puso el sirwal. Cuando se iba hacia el Haram para unirse a la lucha, dijo: “Madre mía, no me prives de tus du’a (plegarias)”.
Levantando sus manos al cielo, ella suplicó: “¡Oh Señor! Ten misericordia de él que estará levantado por largas horas y gritando en la oscuridad de la noche mientras la gente duerme… ¡Oh Señor! Ten misericordia de su hambre y su sed en sus viajes de Medina a Meca mientras está ayunando… ¡Oh Señor! Bendice su bondad hacia su madre y hacia padre… ¡Oh Señor! Lo encomiendo a Ti y estoy complacida con lo que Tú Decretes para él. Y Concédele la recompensa de quienes son pacientes y perseverantes”.

A la puesta del sol Abdallah fue asesinado. Sólo 10 días después su madre se reunió con él. Ella tenía 100 años de edad. La edad no la había hecho enfermiza ni había mermado la agudeza de su mente.

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