Historias

LA ESCUELA DE BAGDAD

 

 

 

 

La «Bayt al Hikma» (Casa del Saber) fue la piedra angular de la Escuela de Bagdad, que ejerció su influencia hasta la segunda mitad del siglo XV. Esta ilustre escuela tiene el honor de haber asegurado la continuidad de la civilización, reparando la cadena del conocimiento humano, rota tan brutalmente en el siglo VI por el declive y la caída de Roma.

Si la civilización musulmana se hubiera limitado únicamente a salvar el conocimiento antiguo, guardándolo cuidadosamente y luego transmitiéndolo intacto a las futuras generaciones, el servicio prestado a la humanidad  hubiese sido, en  sí mismo inestimable. Pero esto no fue así. Los doctos y filósofos de la Escuela de Bagdad, herederos del espíritu y la tradición de la Escuela de Alejandría, ampliaron y enriquecieron el conocimiento legado por la antigüedad, habiendo nuevas y originales adiciones en todas las ramas de la ciencia, con numerosos descubrimientos en las artes aplicadas y, sobre todo, con nuevos métodos de investigación.

Lo que caracteriza a la Escuela de Bagdad, escribe Sedillot, cuya autoridad en la materia es incuestionable, es el espíritu verdaderamente científico que domina todos sus trabajos: proceder de lo conocido a lo desconocido; observar con exactitud los fenómenos para deducir las causas por los efectos, aceptar como hecho solo lo que ha sido demostrado empíricamente; estos eran los preceptos enseñados por los maestros. Los árabes del siglo IX ya poseían este valioso método científico que, muchos años después, en manos de los científicos modernos, iba a ser el instrumento con que realizarán sus grandes descubrimientos.

H.A.R. Gib confirma en nuestros días la declaración hecha hace un siglo por Sedillot: «Al concentrar sus pensamientos en hechos concretos, los sabios musulmanes pudieron desarrollar el método científico más profundamente que sus predecesores griegos o alejandrinos. Fueron los responsables de la introducción o restauración del método científico en la Europa medieval».

La Escuela de Bagdad no solo contribuyó al resurgimiento de Europa, escribe Sismondi, sino que también iluminó a toda Asia.

El saber musulmán llegó al Indostán hacia 1.016, bajo los auspicios de Mahmud de Ghazna; a los selyúcidas a través de Omar Khayyan, hacia 1.076; a los mongoles a través de Din Thusi, fundador del Observatorio Marggah, en 1.620; y a los otomanos hacia 1.337. Se introdujo en China alrededor de 1.280, durante el reinado de Kubilai Khan, a través de Ko-Cheu-King; y el timurid Ulug Beg levantó un nuevo e imperecedero monumento en honor del saber musulmán en Samarcanda, en el año 1.437.

Hace ya tiempo que Occidente ha roto la conspiración de silencio que dominó los esfuerzos de los historiadores independientes como Simond de Sismondi, Gustave Le Bon y Sedillot, que quisieron rendir tributo a la contribución que la civilización árabe musulmana había hecho al progreso humano.

Ningún orientalista serio puede negar esta contribución. Pero, aun reconociendo plenamente el papel de intermediario del Islam en la transmisión de la civilización antigua a Occidente, ciertos orientalistas todavía vacilan a la hora de reconocer el genio creativo de los árabes. Sin embargo, es imposible negar, a la luz de recientes estudios, que todo el saber griego fue completamente replanteado por los árabes y que sin este trabajo renovador por su parte no hubiera podido existir el Renacimiento.

Investigaciones científicas sobre la España de los musulmanes, realizadas por la Nueva Escuela Francesa de Estudios Orientales, dirigida por el difunto P. Levi, y el trabajo de historiadores españoles tan destacados como Sánchez Albornoz, Asín Palacios, Gómez Moreno y Emilio García Gómez, confirman totalmente dicha teoría. «Sin duda, ya no se puede hablar hoy día sobre la «oscura Edad Media», escribe Claudio Sánchez Albornoz, más bien hay que tener en cuenta que paralelamente a una Europa que languidecía en la miseria y la decadencia, existía la resplandeciente civilización de la España musulmana».
Los directores de estudios árabes en España hoy día están abriendo nuevos horizontes con respecto a la expansión, efecto y esplendor de la cultura hispano-musulmana. Han restablecido el hecho de que desempeñó un papel decisivo en el desarrollo de la filosofía, las ciencias, la poesía; y, naturalmente, en todos los aspectos culturales de la Europa cristiana. Han demostrado que su influencia alcanzó los más altos niveles del pensamiento medieval, incluso, hasta Santo Tomás y Dante. Sin duda, hay todavía mucha gente a ambos lados de los Pirineos y del Mediterráneo que se resiste a admitir la supremacía y el papel formativo que desempeñó la cultura hispano-musulmana. Sin embargo, existen ya amplias pruebas de ello y cada día aparecen más. Varios siglos antes de que el Renacimiento hiciera correr de nuevo los ríos ya casi secos de la cultura, la corriente de civilización que emanó de Córdoba, preservó y transmitió al mundo moderno la esencia del pensamiento antiguo

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