POLIGAMIA (PLURALIDAD DE ESPOSAS)
En un sentido estricto, poligamia significa pluralidad de cónyuges. Más específicamente, cuando un hombre tiene más de una esposa a la vez, ello se denomina poliginia. Pero, habidas cuentas de que el lector medio no establece distinción entre los dos términos, los utilizaremos unívocamente. Cuando hablamos de poligamia en este contexto, realmente significa poligamia en el sentido correcto de la palabra. Por otro lado, si una mujer tiene más de un marido, ello se denomina poliandria. Si es una mezcla de hombres y mujeres, se trata de un matrimonio comunal o de grupo.
Estos tres tipos básicos de matrimonio plural han sido practicados, más o menos, por distintas sociedades, en edades diferentes, en diversas circunstancias. El patrón más común es la poligamia, si bien sigue estando necesariamente limitado a una minoría muy pequeña de cualquier población por varias razones. Este es el único patrón permitido por el Islam.
Los otros dos, pluralidad de maridos (poliandria) y matrimonios de grupo están absolutamente prohibidos en el Islam.
Sin embargo, no es correcto que el judaísmo y el cristianismo hayan sido siempre monógamos o se hayan opuesto categóricamente a la poligamia, ni siquiera hoy. Conocemos por algunos judíos doctos, por ejemplo, Goiten (pp. 184-185), que los inmigrantes judíos polígamos crearon a las autoridades israelíes de la vivienda grandes dificultades y trastornos. Es bien conocida la posición de los mormones cristianos. Tal es el criterio de los obispos afroasiáticos que prefieren la poligamia a la infidelidad, la fornicación, y el intercambio de parejas. Sólo en los Estados Unidos el número de quienes intercambian su pareja se estima en cientos de miles.
Será revelador examinar la fuerte correlación existente entre la monogamia formal estricta y la frecuencia de la prostitución, la homosexualidad, la ilegitimidad, infidelidad y el relajamiento sexual general. Los datos históricos de las civilizaciones grecorromanas y judeo-cristianas es aún más revelador, en este sentido, que lo que refleja cualquier dato sociológico normal sobre la familia (2).
Con cierta frecuencia, encontramos no pocas personas, en el mundo occidental, que piensan que un musulmán es un hombre dominado por pasiones físicas y poseedor de un número limitado o ilimitado de esposas y concubinas. Muchas de estas personas muestran su sorpresa al ver un musulmán con una sola esposa, o a un musulmán célibe. Creen que el musulmán tiene libertad absoluta para cambiar de una mujer, o serie de mujeres, a otra, y que ello es tan fácil como cambiar de apartamento, o incluso de traje. Esta actitud se ve, en parte, agravada por las películas sensacionalistas, los relatos divulgados en económicas ediciones de bolsillo y, en parte, por el comportamiento irresponsable de algunos musulmanes. La consecuencia inevitable de esta situación es que las barreras inmóviles han impedido a millones de personas contemplar las luces brillantes del Islam y su filosofea social. Y es para ellas para quiens trataremos de desarrollar esta cuestión desde la óptica musulmana, tras lo cual serán libres de extraer sus propias conclusiones.
La poligamia ha sido practicada, como tal, a lo largo de la historia humana. Fueron polígamos profetas como Abraham, Jacob, David, Salomón, etc.; reyes y mandatarios; personas corrientes del este y del oeste, en épocas antiguas o modernas. Aún hoy la practican musulmanes y no musulmanes, orientales y occidentales, en diversas formas, algunas de las cuales son legales y otras ilegales e hipócritas, algunas secretas y otras públicas. No es necesario buscar y estudiar mucho para averiguar dónde y cómo gran número de personas casadas mantiene queridas privadas, novias de recambio, o asiduas amantes, o que simplemente, alternan con otras mujeres, protegidos por el derecho común. Guste o no a los moralistas, la cuestión estriba en que se practica la poligamia y de que puede encontrarse en todas partes y en todas las épocas de la historia.
Durante el tiempo de las revelaciones bíblicas, la poligamia fue aceptada y practicada comúnmente. Era aceptada por la religión, la sociedad y ,1a moral, y no se le ponía ninguna objeción. Quizá sea por ello por lo que la misma Biblia no trata el tema, por ser algo habitual, de curso legal. La Biblia no la prohíbe, ni la regula, ni siquiera la restringe. Alguien ha interpretado la historia bíblica de las diez vírgenes como aprobación para mantener diez esposas a la vez. A este respecto, las historias de profetas, reyes y patriarcas bíblicos resultan increíbles.
En la época en que Muhammad predicó el Islam, la práctica poligámica era común y se encontraba fuertemente enraizada en la vida social. El Corán no ignoró, ni descargó, tal práctica. Tampoco le dejó continuar sin control o limitación. El Corán no podría ser indiferente a esta cuestión, ni tolerante con el caos e irresponsabilidad asociados a la poligamia. Al igual que otras costumbres y prácticas sociales vigentes, el Corán organizó la institución puliéndola de tal manera que eliminó sus males tradicionales, garantizando sus beneficios. El Corán intervino porque había que ser realista y no permitir ningún caos en la estructura familiar, verdadero fundamento de la sociedad. La benevolente intervención del Corán introdujo estas normas:
1. La poligamia es permisible en determinadas condiciones en ciertas circunstancias. Es un permiso condicional y no un artículo de fe, o una cuestión de necesidad.
2. Este permiso es válido con un máximo de cuatro esposas. Antes del Islam no había límites, ni seguridades de ningún tipo.
3. Si se toma una segunda o tercera esposa, ésta goza de los mismos derechos y privilegios que la primera. Por ello, está plenamente capacitada a recibir lo mismo que la primera. Es requisito previo de la poligamia la igualdad hacia las esposas, en cuanto a tratamiento, abastecimiento y atención, condición que debe satisfacer todo el que mantenga más de una esposa. Esta igualdad depende, considerablemente, de la conciencia interna del individuo en cuestión.
4. Este permiso constituye una excepción a la regla ordinaria. Es el último recurso, la tentativa final de resolver algunos problemas sociales y morales, y pretende solventar dificultades inevitables. En pocas palabras, se trata de una medida de emergencia, y debe limitarse en este sentido.
Un pasaje coránico relacionado con este tema, dice lo siguiente:
«Si teméis ser injustos para con los huérfanos, no os caséis más que con dos, tres o cuatro, de las mujeres que os gusten. Más si aún teméis no poder ser equitativos con ellas, casaos con una sola, o conformaros con una esclava. Ello es lo más adecuado, para evitar que os excedáis» (4:3).
Este pasaje fue revelado después de la batalla de Uhud, en la que murieron muchos musulmanes dejando esposas y huérfanos, cuyos cuidados correspondían a los musulmanes sobrevivientes. Una forma de proteger a estas viudas y huérfanos era el matrimonio. El Corán formuló esta recomendación y dio esa opción para proteger los derechos de los huérfanos e impedir que los tutores fueran injustos con sus pupilos.
Estos datos ponen de manifiesto que el Islam no inventó la poligamia y que la introducción de estas normas tampoco la fomenta por regla general. No la abolió, porque sólo sería abolida en teoría y la gente continuaría practicándola, como ocurre en los países cuyas constituciones y hábitos sociales no la aprueban; el Islam nació para ser cumplido, vivido, practicado y no para permanecer inactivo, o para convertirse en mera teoría. Es realista y sus criterios sobre la vida son totalmente practicables. Es por eso por lo que permite la poligamia condicional y restringida; porque si no hubiera redundado en el mejor interés de la humanidad carecería de esta institución, Dios hubiera ordenado ciertamente su terminación. Pero, ¿Quién conoce mejor que El?.
Son varias las razones por las que el Islam permite la poligamia. No tenemos que imaginarlas, ni elaborar hipótesis. Son reales, y pueden verse cada día en cualquier lugar. Examinemos algunas de ellas.
1. En algunas sociedades el número de mujeres es superior al de hombres: es especialmente cierto en las regiones industriales y comerciales y en los países que se ven envueltos en guerra. Si una sociedad musulmana se encuentra en esta situación y el Islam prohibiera la poligamia y limitara el matrimonio legal a una esposa solamente, ¿Qué harían las mujeres solteras? ¿Dónde y cómo encontrarían la compañía natural deseable? ¿Dónde y cómo encontrarían simpatía, comprensión, apoyo y protección?. Las implicaciones del problema no son meramente físicas; son también morales, sentimentales, sociales, emocionales y naturales. Toda mujer normal —tanto si se dedica a los negocios, como si trabaja en el departamento de inteligencia— anhela un hogar, una familia propias. Necesita alguien a quien cuidar y alguien que cuide de ella. Desea pertenecer a una sociedad y a una familia. Aunque lo consideremos desde un punto de vista estrictamente físico, las implicaciones siguen siendo muy serias y no podemos ignorarlas; de lo contrario, se desarrollarán problemas psicológicos, trastornos nerviosos, desencanto social e inestabilidad mental, como legitimas consecuencias de haber dejado un problema sin solución. Resulta abrumadora la evidencia clínica de todo ello.
Estos deseos naturales y aspiraciones sentimentales tienen que realizarse. Estas demandas de pertenencia, de prestar y recibir cuidados, tienen que satisfacerse de un modo u otro. Las mujeres que se encuentran en tal situación no suelen transformar su naturaleza, ni llevar una vida angelical. Opinan que tienen todos los derechos a disfrutar de la vida y de obtener su parte en ella. Si no la encuentran de manera legal y decente, nunca dejan de buscar otros medios, por muy arriesgados y temporales que sean. Muy pocas mujeres pueden vivir sin la compañía permanente y segura de los hombres. La enorme mayoría de las mujeres solteras de esta sociedad buscan el modo de encontrar hombres. Organizan esplendidas fiestas, cócteles sociales, asisten a convenciones de negocios, buscan caminos de salida, etc. Los resultados de esta caza desesperada no son siempre morales, o decentes. Un hombre casado puede atraer a alguna mujer y ella tratará de conseguirle por medios lícitos e ilícitos. Del mismo modo, alguna mujer puede atraer a algún hombre que se encuentre desmoralizado, o deprimido, por cualquier causa. Este hombre tratará de tener alguna relación intima con ella, secreta o abiertamente, de manera decente o no, por vía legal o sólo merced al derecho común. Ello producirá, ciertamente, efectos graves en la vida familiar del hombre casado y corromperá, desde dentro, la moral y la moralidad social de la sociedad. Las esposas quedarán solas o rechazadas, los niños serán abandonados, se destruirán hogares, y así sucesivamente.
La mujer que encuentra un compañero en estas circunstancias carece de seguridad, dignidad o derechos de cualquier tipo. Su compañero o amante profesional podrá estar con ella, mantenerla, visitarla con regalos y estar siempre dispuesto a formularla expresiones de apasionado amor. Pero, ¿Qué seguridad recibe ella? ¿Cómo puede evitar que la abandone, o la olvide, en los momentos en los que más necesita la compañía y el cariño de él? ¿Qué le impedirá a él poner fin a este amor secreto? ¿La moralidad o mala conciencia, la ley?. No recibirá ayuda alguna; la moralidad fue herida de muerte cuando iniciaron esta clase de intimidad, la conciencia quedó paralizada cuando él cedió a esta relación contra todas las reglas divinas y humanas; la ley social sólo reconoce la intimidad con la propia esposa. Así pues, el varón puede disfrutar de esta fácil compañía tanto como desee y, una vez se enfrían sus sentimientos, puede encontrar a otra mujer y repetir la misma tragedia, sin que existan responsabilidades u obligaciones reguladas por su parte.
La mujer que haya sufrido esta experiencia puede continuar siendo atractiva y bella o mover a deseo. Incluso puede buscar otro hombre y darle una segunda oportunidad. Pero, ¿Recibirá con ello alguna seguridad, garantía, dignidad, o derecho?. Estará todo el tiempo dentro del mismo círculo vicioso, cazando o esperando le den caza. Su carga será cada vez más pesada, especialmente si hay niños por medio. Al final será olvidada. Esto no es propio de la dignidad humana, ni de la delicadeza femenina. Toda mujer que se encuentre en esta situación está destinada a convertirse en un despojo neurótico, en una vengadora rebelde o en una destructora de la moralidad.
Por otro lado, nadie puede pretender que todos los hombres casados sean felices, y se sientan afortunados y satisfechos de sus matrimonios. Tanto si es por culpa propia, o por la de su esposa, el marido infeliz buscará alguna otra clase de compañía y consuelo en otra persona. Puede encontrarlo fácilmente cuando las mujeres son más numerosas que los hombres. Si no consigue encontrarlo a través de canales honrados, lo hará por otros medios, con el resultado de intimidades inmorales e indecentes que pueden dar lugar a ilegitimidad, aborto y dificultades sin cuento. Todo esto puede ser lamentable y amargo, pero es un problema real y grave. Ha de resolverse de forma que asegure al individuo, hombre o mujer, y proteja a la sociedad.
La solución que ofrece el Islam, a este respecto, es el permiso para que el hombre infeliz e insatisfecho contraiga matrimonio por segunda vez, y viva con su nueva esposa abiertamente y de modo responsable, cumpliendo igualmente sus obligaciones con la primera mujer y con la segunda. A la vez, ayuda a las mujeres solteras a satisfacer sus necesidades, realizar sus anhelos, y colmar sus legítimas aspiraciones y deseos naturales. Les da permiso para asociarse con los hombres por medio del matrimonio y disfrutar de todos los derechos y privilegios de las esposas legales. Con ello el Islam no trata de evitar la cuestión o ignorar el problema. Es realista y franco, directo y practico. La solución que ofrece el Islam es legitima, decente y benevolente. El Islam sugiere esta solución porque no puede tolerar nunca la hipocresía en las relaciones humanas. No puede aceptar como lícita y moral la actitud de un hombre casado por la ley con una mujer que mantiene, en realidad, intimidades y relaciones secretas ilimitadas. Por otra parte, se opone frontalmente al adulterio y no puede disculparlo. El castigo a los adúlteros y las adúlteras puede llegar incluso a la pena capital, y el de los fornicadores puede ser tan doloroso como recibir cien latigazos. Mientras esté prohibido el adulterio, la hipocresía y la infidelidad, no cabe otra alternativa que permitir la poligamia legal. Esto es lo que ha hecho el Islam con las reglas y condiciones antes mencionadas.
Si alguien lo juzga inaceptable, habrá de recurrir a las demás alternativas que no acepta el Islam, o que no favorece a nadie en especial. Si hay quienes pueden controlarse a sí mismos y ejercer la autodisciplina, en todos los aspectos, no necesitan de la poligamia. La principal preocupación del Islam es mantener la dignidad y seguridad del individuo y proteger la integridad y la moral de la sociedad.
Ahora, cualquiera puede preguntarse qué es lo mejor para una sociedad de este tipo. ¿Es recomendable permitir que el caos y el comportamiento irresponsable destruyan los mismos cimientos de la sociedad, o acudir y poner en práctica la solución islámica? ¿Resulta beneficioso para la sociedad ignorar sus graves problemas, tolerar la hipocresía y la indecencia, disculpar el adulterio y la intimidad secreta? ¿Es saludable suprimir los legítimos deseos y los naturales anhelos del hombre y la mujer, respecto a la compañía, supresión que no puede ser eficaz en realidad y que sólo los conduciría por cauces ilegales e indecentes?. Tanto si se considera desde un criterio social, moral, humanitario, espiritual, o de cualquier otro tipo, se comprenderá que es mucho mejor para la sociedad permitir a sus individuos asociarse responsablemente sobre una base legal, con la protección del Derecho y bajo la supervisión de las autoridades competentes en el problema.
Aunque contemplemos la cuestión desde el punto de vista femenino, está claro que, merced a esta resolución, el Islam garantiza a la mujer el debido respeto, asegura sus derechos e integridad, reconoce su legitimo deseo de contar con compañía decente, la asigna un puesto en la sociedad de la que puede formar parte, y le proporciona oportunidades para ocuparse de alguien y sentirse atendida. Esto puede sonar desagradable a una mujer que ya tiene marido y recela que otra tenga acceso a su compañía y protección, o que comparta con ella su apoyo y bondades. Mas, ¿Qué decir de las otras mujeres que carecen de marido o de compañeros fiables? ¿Hemos de ignorar su existencia y creer que no tienen derecho a ninguna clase de seguridad y satisfacción; y, si las ignoramos, ¿Resolverá eso su problema, o la satisfaga de algún modo? ¿Cómo pensaría y reaccionaría esta esposa si estuviera en situación similar a la de las mujeres privadas de compañía? ¿No descarta pertenecer a alguien, ser respetada y reconocida? ¿No aceptaría tener la «mitad» de un marido o por decirlo así, media copa si no puede tenerla llena? ¿No sería más feliz contando con alguna protección y seguridad, en lugar de verse privada de todo ello? ¿Qué le pasarla a ella y a sus hijos si el querido esposo fuera atraído por una de esas mujeres «excedentes» en un cóctel social o en un baile? ¿Qué sería de ella si él abandonara a su familia, o se desentendiera de sus responsabilidades, para dedicar tiempo y medios a la nueva atracción? ¿Cómo se sentiría ella si llegara a saber que el único hombre de su vida tiene relaciones amorosas con otras mujeres y mantiene a otra persona en secreto, o frecuentando a otro amor de recambio?. Este hombre no es sólo un perdido, sino una amenaza. Es mezquino y malvado. ¡Seguro! ¿Va a ayudar a alguien este estado de cosas?, es la mujer —la esposa legal y la compañera legítima quien padece esta situación—. ¿No es mejor que las dos mujeres afectadas se repartan igualmente el apoyo y las atenciones del hombre y tengan idéntico acceso a su compañía, estando las dos protegidas por la ley?. En realidad, ese hombre no es ya el marido de una mujer. Es un miserable hipócrita, pero el daño está hecho y el alma ha sido ofendida. El Islam interviene en estos casos y permite al hombre casado que contraiga nuevo matrimonio, si hay buenas razones o justificaciones para ello, al objeto de proteger a todas las partes interesadas, combatir la falta de castidad, evitar dicho daño y ahorrar ofensas al alma.
2. En algunos casos de matrimonio, la mujer puede ser incapaz de tener hijos por una causa u otra. La presencia de los hijos es fundamental para llevar una vida familiar en el pleno sentido de la palabra y contribuir a la conservación de la raza humana. Además, es uno de los principales objetivos del matrimonio, y el hombre desea por naturaleza tener hijos que continúen su nombre y fortalezcan los lazos familiares. En una situación tal, un hombre dispone de tres alternativas ordinarias:
I) Olvidar y renunciar a sus naturales deseos de tener hijos; II) Divorciarse de su esposa estéril por medio de separación, adulterio o de otro modo, y; III) adoptar hijos y darles su nombre.
Ninguna de estas alternativas encaja en la visión general del Islam, respecto a la vida y la naturaleza. El Islam no fomenta ni aprueba la supresión de los legítimos deseos y las naturales aspiraciones de nadie. Ayuda a satisfacer estas aspiraciones y deseos, de forma decente y legítima porque, en ese caso, la supresión no forma parte de su sistema. El divorcio no es justificable en esas circunstancias, porque no es culpa de la mujer que no pueda tener hijos. Además, el divorcio es lo más detestable a los ojos de Dios y sólo puede permitirse cuando no existan otras alternativas. Por otra parte, la esposa puede necesitar el apoyo y la compañía de su marido. Sería cruel abandonarla cuando está necesitada y desesperada y cuando nadie se interesa especialmente por ella, sabiendo que es incapaz de procrear.
Tampoco tiene cabida la adopción porque el Islam ordena que todo niño sea llamado con el nombre de su padre; pero si no conocéis a sus padres, que sean vuestros correligionarios o vuestros hermanos (Corán 33.4.5.). Como es lógico, ello no significa que un niño, de tutor o padre desconocido, deba verse privado o falto de cuidados. Ni mucho menos. Significa que la adopción que se practica hoy no es la manera de dar a ese niño una vida segura y próspera. Nadie puede sustituir real y plenamente al padre y a la madre reales. El curso diario de los hechos, los procedimientos complicados y los casos judiciales, así como las disputas entre familias, testimonian que esa adopción nunca resuelve un problema. ¿Cuántos casos se encuentran hoy ante los tribunales, en los que los padres reales reclaman la devolución de sus hijos adoptados por familias extrañas e introducidos en ambientes distintos? ¿Cuánto tiempo puede ver a su hijo en un hogar extraño una madre o un padre normal? ¿En qué medida pueden confiar a padres artificiales la educación de su hijo, en la forma correcta y con la debida atención? ¿Cómo se sentiría el propio niño cuando crezca y descubra que sus padres verdaderos le abandonaron y que ha vivido bajo una paternidad artificial? ¿De qué modo reaccionara cuando averigüe que sus padres reales son desconocidos, o que su madre le entregó por miedo a la pobreza, a la vergüenza, o a la inseguridad? ¿En qué medida quieren al niño adoptado los demás miembros de la familia que lo adopta? ¿Les agrada que un niño extraño reciba su nombre y herede las propiedades de las que son herederos potenciales? ¿Qué sentirán los padres adoptivos cuando los auténticos pidan la devolución de su hijo, o cuando «I propio hijo desee unirse a sus padres originales?. Todo ello conlleva múltiples complicaciones. No cabe duda de que la institución es peligrosa y puede producir mucho daño al niño, a los padres artificiales y reales, a los demás parientes de la familia de adopción y a la sociedad en general. La adopción es una de las principales razones que incitan a muchas personas a participar en actividades e intimidades irresponsables. Hoy día, está siendo objeto de comercialización. Hay quienes ponen sus hijos «a la venta» o comercian con ellos, tal como señalan los medios informativos. Y eso no ocurre en las selvas africanas o asiáticas, ocurre aquí, en Canadá y América. Por todo ello, el Islam rechaza la adopción y no tolera su práctica entre los musulmanes (ver Corán, 334-6).
Una vez descartadas estas tres alternativas por las razones mencionadas, el Islam ofrece su propia solución. Permite casarse de nuevo al hombre en esa situación, satisfacer sus necesidades naturales manteniendo al mismo tiempo a su esposa, sin hijos, que probablemente le necesita ahora más que en cualquier momento anterior. Esto es, naturalmente, un permiso, un recurso que puede tomar un hombre desesperado en lugar de la adopción, el divorcio o la supresión antinatural de sus aspiraciones. Es otro ejemplo de que el segundo matrimonio ofrece la mejor opción posible, una vía de salida de una situación difícil que ayuda al individuo a llevar una vida normal y segura en todos los terrenos.
3. Hay casos y momentos en los que la mujer es incapaz de satisfacer sus obligaciones conyugales. Puede dejar de ser la compañera agradable que debiera ser, o incluso la que ella desearía ser. Puede encontrarse en un estado que no le permita dar al marido todo el afecto, satisfacción y atención, que él merece y desea. Todo ello puede ocurrir, y de hecho ocurre. No es siempre culpa de la mujer; puede ser la misma naturaleza. Quizá una larga enfermedad, un período de reclusión o durante alguno de sus regulares períodos. Tampoco en estas situaciones todos los hombres pueden resistir a ejercer un autocontrol o adoptar un comportamiento angelical. Algunos caen en el abismo de la inmoralidad, la decepción, la hipocresía y la infidelidad. Hay casos reales, en los que algunos maridos se enamoran apasionadamente de sus cuñadas, de sus niñeras o de las criadas, que vienen a cuidar a la familia durante la enfermedad de la mujer, o el período de reclusión. Muchas veces ha ocurrido que mientras las esposas se sometían a las difíciles operaciones quirúrgicas o de parto, sus maridos vivían un nuevo idilio con otras mujeres. La hermana o la amiga de la enferma suele ser el personaje más común en esta comedia. Quizá con todas las nobles intenciones, viene a ayudar a su hermana enferma o a su querida amiga y a cuidar la casa o los niños temporalmente, a partir de ello las cosas evolucionan y se complican, cuando hay una mujer enferma en casa o en el hospital, el marido se siente solo y deprimido. La otra mujer que habita la casa —tanto si es la hermana o la amiga de la mujer o cualquier otra, asume como parte de su trabajo la obligación de mostrar cierta simpatía y comprensión al marido, que puede ser sincera y honrada, o no. Algunos hombres y mujeres se aprovechan de este simple brote de simpatía y se sirven de él hasta el final. El resultado es un corazón roto aquí o allá y, probablemente, un hogar destruido también.
Los problemas de este tipo no son imaginarios ni raros. Son frecuentes entre la gente. Los periódicos se ocupan de vez en cuando de estos problemas. También dan testimonio de ellos los archivos judiciales. El acto del hombre a este respecto puede considerarse mezquino, inmoral, indecente, vicioso, etc. ¡Seguro!, pero ¿Sirve ello de algo?, ¿Cambia los hechos o altera la naturaleza humana?. Se realiza la acción, se comete repetidamente la ofensa y un grave problema demanda una solución práctica y decente. ¿Deben darse por contentos los juristas con una fulminante condena de este hombre en sus actos? ¿Deben dejarle destrozar su propia integridad y minar los fundamentos morales de la sociedad? ¿Pueden permitir la hipocresía y la inmoralidad para reemplazar a la honestidad y la fidelidad?. La prohibición y la condena inmediatas no han impedido que algunos hombres cometan la ofensa o aligeren su conciencia. Por el contrario, han albergado la hipocresía, la secreta infidelidad y la irresponsabilidad, ante las que la ley y los legisladores resultan incapaces.
El Islam no puede mostrarse ahora débil. No puede hacer concesiones en las normas morales, ni tolerar la hipocresía y la infidelidad. Tampoco puede ni defraudarse a sí mismo ni al hombre, por falsas y supuestas insatisfacciones. Ni negar la existencia del problema, ni recurrir simplemente a la condena y prohibición inmediata, porque ello no reduce el daño. Para salvar al hombre de esta especie de su propio egoísmo, proteger a la mujer afectada (tanto si es la esposa, o la amiga secreta) contra complicaciones innecesarias, mantener la integridad moral de la sociedad y reducir el perjuicio, el Islam se ha permitido acudir a la poligamia con las reservas y condiciones ya mencionadas. Debe aplicarse como medida de urgencia y es, desde luego, mucho más saludable que la monogamia nominal y las relaciones irresponsables entre el hombre y la mujer. Hombres y mujeres, que se encuentran en situación desesperada o atrapados en una difícil maraña, pueden servirse de esta solución; mas, si hubiera algún temor de injusticia y daño a cualquiera de las partes, la monogamia seguiría siendo la norma.
4. La propia naturaleza requiere del hombre ciertas cosas y medidas en particular. Es el hombre quien, por regla general, viaja por razones de negocios y permanece lejos del hogar, por diversos períodos de tiempo en viajes largos y cortos, en su país o en el extranjero. Nadie puede asumir la responsabilidad de cerciorarse de que todos los hombres permanezcan fieles y puros en tales circunstancias. La experiencia indica que la mayoría de los hombres caen y cometen pecados inmorales con mujeres extrañas, durante el período de ausencia del hogar, que puede representar meses o años. Algunas personas son débiles y no pueden resistir siquiera las tentaciones fácilmente dominables. A consecuencia de ello caen en el pecado, lo que puede destruir la familia. Es este otro caso al que puede aplicarse la poligamia restringida. Es mucho mejor que un hombre de este tipo posea un segundo hogar con una segunda esposa legítima, que encontrarse libre para la propia esposa; cuando ella sabe que su marido está obligado, por reglas legales y principios morales, en su relación íntima con otra mujer. Le será más difícil mostrarse irritable que si él gazara de la misma relación de otro modo. Es natural que ella no desee compartir su marido con nadie más. Pero cuando se enfrenta a una situación en la que el hombre tiene la posibilidad de elegir, entre mantenerse legalmente responsable y sujeto moralmente, o asociarse ilegal e inmoralmente con otra persona, ella optará ciertamente por la primera alternativa y aceptará la situación. Ahora bien, si ella se perjudica o se infringen sus derechos, puede acudir siempre a la ley y obtener el divorcio, si ello redunda en su beneficio.
Al aplicar la poligamia islámica a este caso, quedan más salvaguardados la integridad del hombre, la dignidad de la segunda mujer y los valores morales de la sociedad. Estos casos no necesitan elaboración. Son elementos reales de la vida diaria. Pueden ser raros, pero más rara es la práctica de la poligamia entre los musulmanes. Los musulmanes que recurrieren a la poligamia son mucho menos frecuentes que los esposos y esposas infieles que viven en las sociedades monógamas.
Aunque arriesgada y condicional, en muchos aspectos ya explicados anteriormente, la poligamia es mucho mejor que la negligencia y la infidelidad, la hipocresía y la inseguridad, la inmoralidad y las indecencias. Ayuda a hombres y mujeres a resolver sus problemas difíciles, sobre una base realista y responsable. Reduce al mínimo muchas complicaciones psicológicas, naturales y emocionales de la vida humana. Es una medida precautoria que debe aplicarse para el mayor beneficio de todas las partes interesantes. No obstante, no constituye artículo de fe en el Islam ni es tampoco preceptiva; es tan sólo un permiso de Dios, una solución para algunos de los más graves problemas que se plantean en las relaciones humanas. Los musulmanes mantienen que la poligamia legal y condicional es preferible a las demás opciones que toman actualmente muchas personas, que alardean del matrimonio nominal y de la monogamia superficial. La posición musulmana es esta: la monogamia no es sólo preferible, sino que se constituye en regla, en circunstancias normales. De lo contrario, puede considerarse si es necesaria la poligamia.
Para poner punto final a la discusión, hemos de examinar los matrimonios del Profeta Muhammad. Estos matrimonios no representan problema alguno para un musulmán que comprende el carácter ideal del Profeta y las circunstancias en las que los contrajo. Pero, muy a menudo, se convierten en un obstáculo para que los no musulmanes entiendan la personalidad del Profeta y den lugar a conclusiones irresponsables y prematuras, que no hablan en favor del Islam, ni de Muhammad. No citaremos ahora ninguna conclusión por nuestra parte, ni denunciaremos las conclusiones de los demás. Abordaremos ciertos datos para que los lectores deduzcan por sí mismos.
1. La institución del matrimonio ocupa, como tal, un lugar muy elevado en el Islam. Es sumamente conveniente y esencial para la sana supervivencia de la sociedad.
2. Muhammad nunca dijo que fuera inmortal o divino. Siempre resaltó el hecho de que era mortal, elegido por Dios para entregar su Mensaje a la humanidad. Su vida fue, por tanto, natural para él, y no una herejía o un anatema.
3. Vivió en un clima extremadamente cálido, en el que los deseos físicos abruman al hombre, en el que la persona alcanza la madurez física en edad temprana y donde la cómoda satisfacción era habitual entre gentes de todas clases. Sin embargo, Muhammad jamás tocó mujer hasta cumplidos los 25 años, cuando contrajo matrimonio por primera vez. En toda Arabia se le conocía por su irreprochable conducta y se le llamada «al-Min», título que significa el más alto grado de vida moral.
4. Su primer matrimonio en esa edad tardía, poco común en aquella región, le unió a Jadiya, una mujer madura, dos veces viuda, que contaba 15 años más que él. Ella inició el acercamiento y él aceptó la propuesta, pese a que la mujer le superaba en edad y había enviudado dos veces. En aquel momento podría haber encontrado fácilmente muchachas más bellas y esposas mucho más jóvenes, si hubiera sido apasionado o perseguidor de los placeres físicos.
5. Sólo con esta mujer vivió hasta más allá de los cincuenta años de edad y de ella tuvo todos los hijos, excepto Ibrahim. Vivió en su compañía hasta que ella superó los sesenta y cinco, y nunca contrajo en vida de ella ningún otro matrimonio, ni mantuvo relaciones íntimas con ninguna otra, además de su única esposa.
6. Cuando él proclamó el mensaje de Dios tenía cincuenta años largos y ella más de sesenta y cinco. El y sus discípulos sufrieron persecuciones y peligros continuos. Su esposa murió en medio de estas dificultades. Tras su muerte, el Profeta quedó solo por algún tiempo. Después apareció Sawdah, que había emigrado con su marido a Abisinia en los primeros años de las persecuciones. Su esposo murió al regresar y ella buscó refugio. Su recurso natural fue acudir al Profeta, por cuya misión había muerto su marido. Muhammad le concedió el amparo y se casó con ella. No era especialmente joven, ni hermosa, ni agradable. Era una viuda ordinaria, de carácter irascible y ligero. A continuación, en aquel mismo año, el Profeta hizo proposiciones a una menor de siete años, Aichah, hija de su querido compañero Abu Bakr. El matrimonio no se comsumó hasta después de la emigración a Medina. Los motivos de estos dos matrimonios pueden comprenderse como algo ajeno a las pasiones y a las atracciones físicas. No obstante, vivió con las dos mujeres entre cinco y seis años, hasta cumplir los cincuenta y seis años, sin tomar ninguna otra esposa.
7. De los cincuenta y seis a los sesenta años, el Profeta contrajo nueve matrimonios en rápadida sucesión. No volvió a casarse en los tres últimos años de su vida. La mayor parte de los matrimonios fueron contraídos en un período aproximado de cinco años, cuando atravesaba la etapa más difícil y comprometida de su misión. Fue en aquel momento cuando los musulmanes se enzarzaron en batallas decisivas, enredándose en un círculo interminable de problemas, internos y externos. Fue entonces cuando se elaboró la legislación islámica y se establecieron los fundamentos de una sociedad islámica. El hecho de que Muhammad fuera la figura más destacada en aquellos sucesos, el centro en torno al cual giraban, y de que la mayor parte de sus matrimonios se celebraran durante ese determinado periodo, constituye un período sumamente interesante. Invita al profundo estudio de los historiadores, sociólogos, legisladores, psicólogos, etc. No puede interpretarse simplemente, en términos de atracción física y pasión carnal.
8. Muhammad llevó una vida sencilla, austera y modesta. Durante el día era el hombre más activo de su época, pues fue simultáneamente Jefe del Estado, Presidente del Tribunal, Comandante en Jefe, Maestro, etc. Por la noche era el ser más devoto. Acostumbraba a permanecer la tercera o las dos terceras partes de cada noche en oración y meditación (Corán, 73:20). Su mobiliario consistía en esteras, cántaros, mantas y cosas sencillas, pese a ser el rey y soberano de Arabia. Su vida fue tan severa y austera que sus esposas le instaron a adquirir comodidades mundanas, pero nunca recibieron ninguna (cf. Corán, 33:48). No era, obviamente, la vida de un hombre voluptuoso y apasionado.
9. Con excepción de una menor, Aichah, las esposas que tomó eran todas viudas o divorciadas. Ninguna de ellas se distinguía especialmente por su belleza o el encanto físico. Varias de ellas eran mayores que él, y casi todas buscaban su apoyo y amparo. Algunas le fueron dadas como presentes, aunque él las recibiera como esposas legítimas.
Esta es la panorámica general de los matrimonios del profeta y no puede dar la impresión de que los contrajera debido a necesidades físicas o presiones biológicas. Resulta inconcebible pensar que mantuviera tan amplio número de esposas por causa de desínigos personales o deseos físicos. Cualquier, amigo o enemigo que dude de la integridad moral o categoría espiritual de Muhammad, por causa de sus matrimonios, tiene que encofrar explicaciones satisfactorias a preguntas como éstas: ¿Por qué casó por primera vez a los veinticinco años sin haber tenido asociación alguna con mujer? ¿Por qué escogió a una mujer madura, dos veces divorciada, quince años mayor que él? ¿Por qué vivió sólo con ella hasta su muerte, cuando él tenía más de cincuenta años? ¿Por qué aceptó a todas estas viudas y divorciadas, desamparadas, carentes de atractivos especiales? ¿Por qué llevó una vida tan dura y austera, cuando podría haber vivido fácil y cómodamente? ¿Por qué contrajo la mayor parte de los matrimonios en los cinco años más activos de su vida, cuando más comprometidas estaban su misión y carrera? ¿Cómo pudo llegar a ser como fue, si le dominaban las pasiones o la vida del harén?, pueden suscitarse otras muchas cuestiones. El caso no es tan simple como para interpretarlo en términos de amor carnal y deseo de mujeres. Requiere una consideración seria y sincera.
Al repasar los matrimonios de Muhammad por separado, uno no deja de encontrar las razones reales que se ocultan tras ellos. Pueden clasificarse como sigue:
1. El Profeta vino al mundo como modelo ideal para la humanidad, y así fue en todos los aspectos de su existencia. Su matrimonio, en particular, es un ejemplo sorprendente. Fue el marido más atento, el compañero más amante y halagador. Hubo de atravesar todas las etapas de la experiencia humana y de la prueba moral. Vivió con una esposa y con varias, con jóvenes y viejas, con viudas y divorciadas, con las amables y con las temperamentales, con las famosas y las humildes, pero en todos los casos fue modelo de bondad y consolación. Había sido designado para experimentar todos estos diversos aspectos del comportamiento humano. No fue, pues, para él un placer físico, sino una prueba moral, además de una tarea humana y difícil.
2. El Profeta vino para establecer la moralidad y garantizar a cada musulmán la seguridad, protección, integridad moral y una vida decente. Su misión fue puesta a prueba en su vida, y no quedó reducida al estatismo de la teoría. Como siempre asumió la peor parte y realizó su cometido de la manera más incómoda. Las guerras y las persecuciones cargaban a los musulmanes de viudas, huérfanos y divorciadas. Tenían que ser protegidos y mantenidos por los supervivientes. Tuvo por costumbre ayudar a estas mujeres, uniéndolas en matrimonio a sus compañeros. Algunas fueron rechazadas por estos y otras buscaron su protección y patrocinio personal. Al darse perfecta cuenta de sus condiciones y sacrificios por la causa del Islam, tenía que hacer algo por mitigarlos. Una manera de conseguirlo era tomarlas como esposas y aceptar el reto de grandes obligaciones. Así lo hizo, manteniendo a varias mujeres a la vez, lo que no resultaba cómodo ni divertido. Hubo de tomar parte en la rehabilitación de esas viudas, huérfanos y divorciadas, porque no podía pedir a sus compañeros que llevaran a cabo aquello a lo que estaban dispuestos a hacer, o a participar. Estas mujeres eran patrimonio común de los musulmanes y era preciso conservarlas conjuntamente. Lo que hizo, pues, fue asumir la responsabilidad y, como siempre, esta responsabilidad fue la mayor y la más pesada. Por esa razón tuvo varias esposas y muchas más que cualquiera de sus compañeros.
3. Los musulmanes capturaron muchas prisioneras de guerra que tenían derecho a seguridad y protección. No fueron ajusticiadas, ni se les negó derecho humano o físico alguno. Por el contrario, se las ayudó a establecerse, uniéndolas en legítimo matrimonio con musulmanes en lugar de tomarlas como concubinas y amantes comunes. Ello supuso otra carga moral para los musulmanes, que habían de soportarla conjuntamente como responsabilidad de todos. También en esto tomó Muhammad su parte y asumió ciertas responsabilidades al casarse con dos cautivas.
4. El Profeta contrajo algunos matrimonios por razones sociopolíticos. Su principal preocupación era el futuro del Islam, se intereso sobre todo, por aglutinar a los musulmanes, merced a todos los nexos posibles. Por eso casó con la hija menor de Abu Bakr, su primer sucesor, y con la hija de Humar, su segundo sucesor. Su matrimonio con juwairiah le granjeó el apoyo de todo el clan de Bani al-Mustaliz y de sus tribus aliadas. Por su enlace con Safiyah neutralizó un gran sector de los judíos de Arabia, que eran hostiles. Aceptando a María la Copta de Egipto como esposa estableció una alianza política con un rey de gran importancia. Fue también como signo de amistad hacia un rey vecino, por lo que Muhammad casó con Zaynab, regalada a él por el Negus de Abisinia, en cuyo territorio encontraron refugio los primeros musulmanes.
5. Al contraer estos matrimonios, el Profeta pretendía eliminar el sistema de castas, las vanidades raciales y nacionales y los prejuicios religiosos. Casó con algunas de las mujeres más humildes y pobres. Se unió a una muchacha copta, de Egipto; a una judía, de diferente religión y raza; a una negra, de Abisinia. No se contentaba con enseñar simplemente la fraternidad y la igualdad, sino que creía de verdad lo que enseñaba y lo llevaba a la práctica.
6. Algunos matrimonios del Profeta se debieron a razones legislativas para abolir ciertas tradiciones corruptas. Tal fue el motivo de su boda con Zaynab, divorciada del esclavo libre Zaid. Antes del Islam, los árabes no permitían casarse por segunda vez a las divorciadas. Zaid fue adoptado por Muhammad, quién le llamó hijo suyo como era habitual entre los árabes anteriores al Islam. Mas el Islam derogó esta costumbre, desautorizando su práctica. Muhammad fue el primer hombre que manifestó esta desaprobación de manera práctica. Por ello casó con la divorciada de su hijo «adoptado», para demostrar que la adopción no convertía al hijo adoptado en hijo real del padre adoptivo y para demostrar también que el matrimonio es legítimo para las divorciadas. Dicho sea de paso, esta misma Zaynab era prima de Muhammad y le había sido ofrecida en matrimonio antes de ser tomada por Zaid. El la rechazó en principio, pero, una vez divorciada la aceptó por dos razones legislativas: el matrimonio legítimo de las divorciadas y la situación real de los hijos adoptados. La historia de Zaynab ha sido asociada por algunos con ridículas suposiciones relativas a la integridad moral de Muhammad. Ni siquiera merece la pena ocuparse aquí de esas miserables mentiras (ver Corán, 33:36-37-40).
He aquí las circunstancias que acompañan a los matrimonios del Profeta. Para los musulmanes, no cabe duda que fue el modelo perfecto de hombre, en todos los sentidos. Apelamos a los no musulmanes a que analicen seriamente esta cuestión. Así podrán llegar a sanas conclusiones.
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